Ha pasado medio siglo desde la
segunda elección presidencial en democracia a partir del derrocamiento
de la dictadura militar del general Marcos Pérez Jiménez. Fue en 1963,
cuando las fuerzas de las izquierdas, apoyadas por el pichón comunista
que para la época era Fidel Castro, se empeñaron en demostrar con el
aderezo del terrorismo que podrían disuadir a la población de ejercer el
sagrado derecho al sufragio y así tener bases para declarar aquella
jornada cívica como un acto írrito, sin validez representativa.
Los
venezolanos asistieron en masa a esa cita, fue una manifestación en
contra de la autocracia y el militarismo. Una paciente y disciplinada
manifestación expresada en las largas colas. Es verdad que se vivieron
escenas de violencia, algunas cerca de los centros de votación, disparos
de armas de fuego que pretendían asustar a los ciudadanos, pretensiones
para sembrar el miedo y espantar a los votantes que, con orgullo y
valentía, esperaban para depositar la expresión de su voluntad con el
voto.
Los extremistas fracasaron porque el amor a la patria, el deseo de libertad y la dignidad ciudadana prevalecieron.
Quiero
compartir, para ilustrar el punto, una vivencia familiar. Mi madre
siempre fue una mujer temerosa de los eventos violentos. Pensamos
entonces que era una demostración de debilidad de su carácter. El día de
la referida jornada electoral, cuando ella hacía la cola esperando su
turno para votar, sonaron disparos cerca del centro de votación donde
estaba registrada, incluso se pudo ver al grupo de facinerosos empuñando
amenazantes sus armas, disparando al aire o contra inmuebles cerca de
donde formaban la colas.
Todos se quedaron quietos. Todos votaron. Mi madre tuvo una actitud serena, valerosa y atrevida. Ejemplar.
Al llegar a casa mi padre nos relató el evento y, reconociendo el valor de nuestra madre, nos dijo: “Fue una gesta corajuda”.
Afortunadamente,
son pocas las amenazas que hoy hacen los fanáticos desaforados o
aforados sobre las colas que prevemos se formarán para las próximas
elecciones parlamentarias. Lo que nos jugamos en esta cita electoral va
mucho más allá de lo que se jugaba en el 63. Hoy, como entonces, la
libertad está en manos de cada uno de nosotros, estamos obligados a
preservar nuestro derecho ciudadano, ese derecho que nos compromete con
la defensa de la democracia.
El 6 de
diciembre el país de nuestros antepasados y tierra de nuestros hijos nos
exige cumplir con coraje con nuestro deber. Depositaremos con nuestro
voto la voluntad inquebrantable de rescatar la democracia, la libertad y
la justicia. La escogencia es fácil y no hay excusa que valga para no
asistir a cumplir con el sagrado deber pero frágil derecho.
Con
cada voto individual, cada manifestación de conformidad o
inconformidad, cada preferencia manifestada estaremos aunando nuestro
granito de arena, minúsculo pero imprescindible para mantener vigente el
derecho del poder individual a través del voto, en el proyecto
colectivo de la patria. Sin miedo, con fuerza y fe todos debemos votar y
hacer valer el voto. Ausentarse es otorgar ese espacio al adversario.
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